Cuando sientes que la mano de la muerte se posa sobre el hombro, la vida se ve iluminada de otra manera y descubres en ti misma cosas maravillosas que apenas sospechabas. ISABEL ALLENDE.







viernes, 11 de septiembre de 2009

hoy murió alguien conocido, y me dio pena.

Gustave Flaubert escribio:

“Ten cuidado con tus sueños:
son la sirena de las almas.
Ella canta.
Nos llama.
La seguimos
y jamás retornamos.”




Cuando pierdes a alguien importante en tu vida, te irritas, lloras, te preguntas el porque, cuando pierdes a alguien que te importa, todo adquiere un matiz diferente en los recuerdos, una melodía de móvil, un olor, una palabra…

Hay un instante en el que tu vida se para, justo en el momento en el que la realidad se mezcla con uno de los recuerdos, algo parecido a un “deja vu”

El sonido de ese silbido del oeste, que algunos teléfonos tienen de politono, me recuerda a una vieja mentora, una amiga, una compañera de batalla.

Un olor raro, un olor como a polvo, humo, a viejo, como si oliera a tiempo pasado, me recuerda a la casa de una tía de mi abuela, no se, es raro, encontré ese recuerdo en un teatro, durante una obra.
El olor de un libro viejo, de esos que tienen las hojas amarillentas por el paso del tiempo, me recuerda a abuelito, y el olor del lapiz tras sacarlo punta, es algo que el siempre me hacia.

Un sabor, salado, muy salado, jamón, arroz, el queso de cabrales que ahora ya nunca como, pues perforaría mi estomago.



Hoy murió alguien conocido, no alguien de mi entorno cercano, solo una de esas vecinas pesadas que todos los abuelos tienen, esa que cuando subías a casa los domingos después de misa, siempre decía algo así como “ ya vas a por la propina”, o “no están, no subas”.

Pero me dio pena, mucha, para ser sinceros, porque murió sola, solo la echaron de menos las vecinas, esas que tantas veces la habían reñido por pesada, por “cuza” como dicen por mis tierras. Ellas fueron las que llamaron a la guardia Civil para que entraran en su casa, porque no la habían visto ni oído en todo el día, y allí estaba ella, tirada en el suelo, al lado de la cama, sola, fría, abandonada.

Hoy murió alguien conocido, y mientras mi abuela me lo contaba la sujetaba su temblorosa mano, la sujetaba firme, decidida, como una vez cuando era pequeña ella sujeto las mías, y entonces, aquella perdida me dio pena, pues no tenia unas manos fuertes que la acompañarían el resto de su viaje.

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